2.8.11

O relógio




por Ana Martins Marques 


De que nos serviria um relógio?

se lavamos as roupas brancas: 
é dia                               
as roupas escuras:
é noite

se partes com a faca uma laranja em duas:
dia
se abres com os dedos um figo maduro:
noite
se derramamos água:       
dia
se entornamos vinho:                                                        
noite

quando ouvimos o alarme da torradeira ou a chaleira como um pequeno animal que tentasse cantar:
dia
quando abrimos certos livros lentos e os mantemos acesos à custa de álcool, cigarros, silêncio:
noite
se adoçamos o chá:
dia
se não o adoçamos:
noite








se varremos a casa ou a enceramos:


dia
se nela passamos panos úmidos:
noite

se temos enxaquecas, eczemas, alergias:
dia
se temos febre, cólicas, inflamações:
noite

aspirinas, raio-x, exame de urina:
dia
ataduras, compressas, unguentos:
noite

se esquento em banho-maria o mel que cristalizou ou uso limões para limpar os vidros:
dia
se depois de comer maçãs guardo por capricho o papel roxo escuro:
noite
se bato claras em neve: 
dia
se cozinho beterrabas grandes:
noite

se escrevemos a lápis em papel pautado:
dia
se dobramos as folhas ou as amassamos:
noite
(extensões e cimos:
dia
camadas e dobras:
noite)

se esqueces no forno um bolo amarelo: 
dia
se deixas a água fervendo sozinha:
noite

se te cortas com papel ou feres o pé com vidro: 
dia
se ao comer com pressa queimas o céu da boca: 
noite
se pela janela o mar está quieto lerdo e engordurado como uma poça de óleo:
dia
se está raivoso espumando como um cachorro hidrófobo:
noite

se um pinguim chega a Ipanema e deitando-se na areia quente sente ferver seu coração gelado:
dia
se uma baleia encalha na maré baixa e morre pesada, escura, como numa ópera, cantando:
noite

se desabotoas lentamente tua camisa branca:
dia
se nos despimos com ânsia criando em torno de nós um ardente círculo de panos:
noite

se um besouro verde brilhante bate repetidamente contra o vidro: 
dia
se uma abelha ronda a sala desorientada pelo sexo: 
noite

de que nos serviria
um relógio?


16.5.11

Klee por Benjamin

 
Há um quadro de Klee que se chama Angelus Novus.
Representa um anjo que parece querer afastar-se de algo que ele encara fixamente.
Seus olhos estão escancarados, sua boca dilatada, suas asas abertas.
O anjo da história deve ter esse aspecto. Seu rosto está dirigido para o passado.
Onde nós vemos uma cadeia de acontecimentos, ele vê uma catástrofe única, que acumula incansavelmente ruína sobre ruína e as dispersa a nossos pés.
Ele gostaria de deter-se para acordar os mortos e juntar fragmentos. Mas uma tempestade sopra do paraíso e prende-se em suas asas com tanta força que ele não pode mais fechá-las.
Essa tempestade o impele irresistivelmente para o futuro, ao qual ele vira as costas, enquanto o amontoado de ruínas cresce até o céu. Essa tempestade é o que chamamos de progresso.

Walter Benjamin
Tradução de Sergio Paulo Rouanet (in Obras Escolhidas, Brasiliense, 1994)

11.4.11

La noche de los feos (conto do uruguaio Mario Benedetti)

Estou feliz por reativar meu blog... parado a anos... E acho que é uma retomada em grande estilo, ainda mais em tempos de tanta beleza oca...

Desde que conheci alguns escritos do uruguaio Mario Benedetti, percebi que tal escritor dizia mais que muitos outros. O conto "La noche de los feos" particularmente me cutucou. Sua sensiblidade é uma benção, não?
Abaixo está o texto em espanhol (ainda não encontrei ele traduzido nem consegui traduzir para o português) e em seguida dois curta-metragens espanhóis do conto:
O primeiro é uma animação de Manuel González Muricio, de 2006, ganhador de alguns prêmios (Tatú de Ouro do Festival da Bahia, Festival Internacional de Las Palmas de Gran Canaria, e nomeação para o Goya 2007). Tem legenda em inglês...
E o segundo é uma encenação do conto, dirigida por Luisa Buitrago e produzido por Maria Alejandra Marulanda, com um diferença interessante: é narrado por ela... Este não tem legende, infelizmente.
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.


2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
FIN

Curta-metragem de animação "La noche de los feos"

Curta-metragem com encenação do conto (narrado por ela)